Capítulo 7: Combústible

(Capítulo anterior: 6: Mesías)
Importante: Si llegas acá por primera vez, empieza por el capítulo 1. ¡No te spoilees!

Juliane moría de calor y su disfráz no ayudaba.

Dos días pasaron desde que denunció a F. La opinión pública europea estaba de su lado y mientras así fuera, la agencia la apoyaba. Pero, en El Turf, F era un héroe. Amado por ciudadanos y asilados. Su siguiente pista era Dubai. Una ciudad donde el scramjet había sido visto demasiadas veces para ser coincidencia.

Entrar a Dubai era un reto.

Salir de Qatar es fácil, aún con el Turf vigilando los movimientos ilegales de Interpol en el país. Pero Dubai es una ciudad abandonada, bombardeada y cuyas calles y edificios yacen bajo toneladas de arena. Una joya de innovación y dinero sin control de la era del petróleo. Hoy enterrada, tormenta tras tormenta.

Dubai fue saqueada tras su colapso económico. Luego aislada por terratenientes y mini dictadores, exterminados por las Fuerzas de Defensa del Turf. Hoy, bloqueada por súper dunas de arena y vigilada por mar. Hogar de refugiados de India, Filipinas, Pakistán, Inglaterra y especialmente América.

- ¿Buscas trabajo? - le preguntó en turco un capitán de un barco pesquero a Juliane.

Ella no esperaba un turco de marinero en Qatar, pero Turquía construía los mejores barcos del Turf. Tenía sentido. Un operativo de la agencia, desde Europa, escuchó la conversación a través de sus oídos y le susurró la traducción por conducción ósea. Los implantes de infiltración subcraneales funcionaban a la perfección.

Juliane escribió en su móvil, en árabe, asumiendo que el capitán la entendería:

"Soy mudo. Busco trabajo y transporte. Tengo experiencia como marinero. Voy de regreso a mi familia en Muscat ¿Pasas por Omán?"

Juliane vestía una camisa blanca doble que escondía su pecho, un pantalón ancho, rayado de azul y doblado a la rodilla, sandalias y un turbante blanco que escondía su pelo. La agencia cambió su tono de piel al color canela del medio oriente, le agregó la barba de moda en Doha, pelo en los brazos, piernas y una falsa manzana de adán en el cuello.

Ser hombre era más seguro y fácil en el medio oriente. Pero aunque lo intentaron, era imposible que la voz de Juliane sonara diferente a una mujer. Así que Juliane era Yusuf, un joven árabe mudo que quería ser marinero.

El capitán turco se vio molesto de leer en árabe, pero aceptó las circunstancias y respondió en el mismo idioma.

- Pescamos en mar abierto, pero tocamos puerto en Shinas, eso es Omán. Si sabes lo básico de servir en un barco, bienvenido a bordo. Soy Mohamed bin Zayed. ¿Tú?

"Yusuf Güney"

Era perfecto. Shinas estaba a pocos kilómetros de la frontera con Dubai. Omán era un país del Turf especialmente pobre, con poca vigilancia en sus fronteras. Un golpe de suerte que fuera tan rápido. No podía más con el calor.

Juliane extrañaba el traje de infiltración que la mantendría fresca ante los cuarenta grados centígrados del Golfo Pérsico. Pero la agencia recomendó sólo usarlo al llegar a otra ciudad. Muy arriesgado ser descubierta en la mitad del mar. A su oido, el mismo operativo de Interpol confirmó la asistencia.

"Recibidas coordenadas de desembarco. Dejaremos el traje en un baño del puerto de Shinas una hora antes. Uno de nuestros recursos de bajo riesgo en la zona se encargará. Buena cacería."

Un par de días en altamar y dejaría su identidad de Yusuf y el sudor interminable. Juliane deseaba que el Golfo hubiese sido afectado por el invierno nuclear del holocausto.

Juliane vio atrás, a lo lejos. Al grotesco estadio de fútbol de Doha, el más grande de Qatar y el Turf. A las incontables torres de mezquitas de la ciudad. A las luces de rascacielos. Una de esas luces es Camille, siguiendo la operación, preocupada.

La decisión está tomada. La operación iniciará. Tomó su maleta llena de las cosas de Yusuf, pasó los detectores de metales, radiación y enfermedades del puerto y abordó la "Sofía Azúl" de Mohamed bin Zayed.

-

Tener un apartamento en Abu Dhabi hacia difícil aburrirte. Si tenías dinero y buena vista, verías por la ventana una ciudad orgánica, viva e incansable. Edificios que sincronizaban sus luces con música en la calle. Drones y helicópteros compartiendo el cielo con la precisión de exigentes algorítmos. Bailando, intercambiando luces, datos y viento.

En el cielo, trazos de cientos de jets. En la calle, personas de todos los credos y modas. Túnicas musulmanas, trajes corporativos, joyas cristianas y hasta el ocasional judío ortodoxo. Todos, seguro, agradecían al Príncipe Mesías la tolerancia a todas las religiones natural del Turf de Abdallah.

En uno de los apartamentos con mejor vista en la ciudad estaba un millonario. No el más rico, ni el más pobre. No el más famoso, pero sin duda tampoco anónimo. Un millonario tan preocupado y lleno de prioridades, que no tenía tiempo ya de admirar esa única vista.

F estaba seentado en el sofá de su casa, ignorando la estimulación óptica de la ventana y pensando en su próximo movimiento. Ketchup llevaba dos días inconsciente. Normal según la Doctora Elizabeth, pero inconveniente para sus planes.

Ketchup tenía en su cerebro, quizás, la única pista que le quedaba a F para perseguir a los responsables del Holocausto. Y la persona ideal para sacar ese secreto era su químico de cabecera, Philippe Von Hoenheim. Un Doctor poco ético de la antígua CIA y un hijo de puta en la opinión de F. Por eso lo tenía guardado y aislado en un bunker de Dubai.

El problema era llegar a Dubai. Más desde que Andrés, su piloto y hermano, le mencionó casualmente la falta de combustible para el scramjet. Un avión suborbital que, en el momento, era la única forma de llegar sin ser detectados.

Andrés estaba distraído en una tablet, comprando partes y suministros para el Scramjet, usando las empresas fachada de F. Pornactive, la empresa principal, funcionaba feliz y tranquila, con gráficos de ingresos, ganancias, gastos, marketing y otros indicadores ocupando por entero una pared de la sala.

La atención de F no estaba en su compañía, aceitada por software y subcontratistas aislados en cientos de ciudades. Su mente sopesaba las variables incontrolables: Juliane, el combustible del scramjet, los submarinos del Príncipe y ahora, China.

En la pared más grande frente al sofá, convertida en pantalla, una guerra ocurría. Streamings en tiempo real, de miles de móviles en Filipinas, mostraban una invasión. Soldados chinos llegaban de todas partes. Ocasionalmente un video se apagaba. Quizás alguien salió corriendo. O una batería agotada. Pero en ocasiones, un misil, una explosión de artillería, un muerto más. China estaba "alineando" Filipinas a su federación, a la fuerza.

F usaba una app de sintetización de transmisiones, uniendo todos los streams que ocurrían en una zona. Con miles de videos corriendo al tiempo, era posible recorrer un hecho en vivo desde decenas de ángulos. Una muerte, una explosión, un instante tridimensional.

Sin periodistas ni editoriales.

El ejército de Filipinas intentó pelear, usar sus viejos tanques ingleses, disparar cada proyectil, cañón y granada que tenían. Pero China era el ejército más poderoso de la Tierra.

En horas, drones chinos destruyeron pistas de aterrizaje, bunkers, hangares reforzados y bases militares. Jets aniquilaron todos los radares. Sin satélites GPS, los sistemas inerciales de los viejos mísiles filipinos no podían volar con precisión más allá del horizonte. China interceptó y destruyó casi todo lo que Filipinas le lanzó. Luego, sistemáticamente, tomó control de puertos, carreteras y ciudades. Masivas máquinas, mitad tractor, mitad impresora 3D, construían bases, barricadas, puestos de control y murallas improvisadas.

Para el final del día, Filipinas sería otro estado de la Federación China. El Príncipe tenía razón.

- ¡Argh! Imposible - gritó Andrés frustrado - Nadie tiene gasolina para el avión. Nadie. Vendieron todo a China por esa estúpida conquista de Filipinas.

Los suministros del Scramjet eran fáciles de conseguir. Si algo hizo bien la industria aeroespacial americana del pasado, fue ese avión. Pero el combustible era especial. Lo que Andrés llamaba "gasolina" era un compuesto de hidrógeno con silano, muy díficil de sintetizar. Algunas bases áereas corruptas y sintetizadoras "alternativas" lo vendían. Pero cuando hay guerra, la oferta desaparece.

- ¿Qué opciones nos quedan? - preguntó F exhausto.

- Tú sabes qué opción. Hablale a Pascal.

Pascal Sutter era un idiota para F. También un billonario, accionista minoritario en Airbus, Bombardier, Rolls-Royce y Dassault Aviation. Uno de los pocos en tener las piezas del rompecabezas que componen el scramjet. Totalmente maligno, como buen billonario. F conoció sus secretos sucios en su época de la CIA, pero Pascal lo sabía y era muy cuidadoso.

- ¿Seguro nadie? - preguntó F - ¿Ya hablaste con la chica de JASDF?

- Japón fueron los primeros que China dejó secos, obviamente.

- ¿Y los de RCAF? No puedo creer que Canadá no necesite el dinero.

- Oh, ellos citaron a Interpol. Ser criminal internacional ante los medios tiene desventajas. No les damos "confianza".

- Confianza, manada de imbéciles come renos...

- F, llama a Pascal.

- Maldita sea.

F apagó la videosintetización de Filipinas y mandó un pulso privado.

"@F: @pascal.sutter OK Pascal, hablemos de negocios."

Ahora a esperar a que su majestad Pascal contestara. El sensor de movimiento de uno de los cuartos reaccionó y mostró en la pared su cámara de seguridad. F vio a Ketchup despertar de repente.

- Ketchup está despierto.

- ¿En serio? - preguntó sarcástico Andrés.

Andrés desaprobaba a Ketchup. Era un disparo al aire improbable y problemático. Su última aventura no ayudó. F tenía que reclutar a Ketchup y hacerlo sentir que era voluntario. Salió de la sala y caminó por los corredores del apartamento. Paredes grises llenas de posters de viejos súper héroes llenaban la casa. Subió al segundo piso, oprimió la clave de seguridad en la puerta de Ketchup y la abrió lentamente.

Una ventana inmensa con vista al mar de Abu Dhabi a espaldas de la cama. Un clóset lleno de cajas de seguridad en frente. Un mapa gigante a la derecha, una pantalla entera en la pared izquierda. La cama doble en el centro, con cobijas de seda plateada y colchón de plumas sintéticas. Ketchup en ella, sudando, escaneando su entorno. Mordiéndose un labio, resistiendo llorar, asumiendo que no podía escapar, agarrando con fuerza la sábana.

F sonrió y se sentó a un lado de la cama. La puerta se cerró lentamente. Tocó brevemente la frente del niño y le habló.

- Ya no tienes fiebre. Mi doctora dijo el choque eléctrico fue fuerte. Pero pareces estar bien.

Ketchup no respondió.

- En el avión me entendiste hablando español, sé que sabes este idioma ¿Me entiendes?

Ketchup asintió, pupilas dilatadas, expresión dura de desconfianza.

- Allá me preguntaste "¿Soy suyo, señor F?" - F esperó una reacción, nada -. Yo te dije que no. Que te estaba rescatando, no comprándote. Te ofrecí un trabajo.

Ketchup negó con la cabeza lentamente.

- ¿Quieres el empleo?

- Señor F...

Pero Ketchup no pudo decir nada más.

- No necesitas decirme señor. "F" nada más. ¿No quieres el empleo?

- No sé trabajar, señor F - respondió Ketchup seco y cortante.

F suspiró.

- ¿Por qué intentaste correr? La policía de Abu Dhabi es un cardumen de bestias armadas. En otro país seguro te habrían protegido. Si lo hubieran hecho ¿A donde irías?

- No sé. ¡Donde sea!

Ketchup llevó las sábanas a su pecho, asimilando que su plan de escape era imposible. Sentía la sonrisa de F como una burla. La misma sonrisa del Libertador antes de castigarlo.

- ¿Donde es tu hogar?

- No tengo.

- Oh, es verdad. Naciste en Nogales, México. Arrasado por el invierno nuclear y luego evacuado a la fuerza por el ejército del Continente Bolivariano. ¿Ahí conociste al Libertador?

- No, fué después. Muchos años después

- ¿Quién te acogió primero?

Ketchup no respondió.

- ¿Un oficial del ejército?

Ketchup asintió.

- ¿Te obligaron a "trabajar" para ellos? ¿Luego para el Libertador Perez?

Ketchup le quitó la mirada a F y fijó su rostro hacia el suelo. F no necesitaba preguntar más.

- ¿Qué sabes de mí, Ketchup?

- Usted es el dueño de una empresa gigante. Sale en videos, en internet, en las noticias. Hace negocios con grandes personas. Usted me compró. Hay gente que lo quiere arrestar y gente que lo quiere matar.

Ketchup miró al hombro de F, vendado y curado del agujero que un miembro de la Fuerza Delta de la marina de Estados Unidos dejó. F casi había olvidado esa otra variable incontrolable.

- No, Ketchup - dijo F llevando su mano al hombro herido -. No te compré.

Ketchup volvió a quitarle la mirada. F sacó de su bolsillo un móvil nuevo, básico, pequeño y preconectado a la red p2p del nuevo internet. Lo encendió, escribió "Ketchup" en la pantalla de bienvenida. Se lo entregó al niño, el cual lo tomó en sus manos y vió a la pantalla.

"Hola Ketchup"

- Ahora oprime el botón del lado derecho.

El móvil emitió un punto láser. Ketchup había visto a F hacer esto. Dibujó un cuadrado en el techo con el láser y el móvil usó esa referencia para activar el proyector. En el techo salía ahora gigante el "Hola Ketchup".

- Wow, muy bien - dijo F animado -. Recuerda mantener la cabeza del móvil hacia al techo. No es magia, necesita saber a donde apuntar.

- Mi nombre es Emilio, no Ketchup. - respondió el niño, apagando la proyección del móvil y devolviendolo a F.

Esto no iba a ser fácil.

- Este es un mundo malo. Tú lo sabes. Con tu nombre pueden hacer muchas cosas, como perseguirte. Si quieres una vida mejor, tienes que cambiar quién eres. Emilio es un muchacho sin control de su vida. Ketchup es una persona libre, con futuro.

- ¿Persona libre?

- Sí, alguien que hace lo que quiera. Que puede ser quién quiera ser.

- Eso no existe.

- ¿Lo dices porque crees que el Libertador te vendió? ¿O porque crees que nadie es libre? ¿Qué tal yo?

- Usted es libre porque es millonario, señor F.

Oh, Ketchup no sabía cuánta razón tenía. Cuánta y cuán poca.

- ¿Es dinero lo que te hace libre? - F manipuló el móvil un momento y se lo devolvió - Toma, tienes un bitcoin.

- ¿Qué es eso?

- Un bitcoin. Tu móvil, cargado a tu nombre, tiene un bitcoin. Es dinero. Hoy equivale a dieciocho mil yuans. Y a no sé cuantos millones de pesos. Es tuyo.

Ketchup vio el móvil, abrió la app "Bitcoin" y vio claramente el número uno.

- Puedes comprar muchas cosas con eso. Un viaje a México. Un año de renta en ciertas ciudades del mundo. No en Abu Dhabi, te lo advierto. Comida por montones. Ropa. Suficiente para que te vayas de acá y busques cualquier cosa que quieras hacer.

Ketchup dejó de temblar. Sus ganas de llorar desaparecieron. Su cerebro estaba corriendo al máximo tratando de entender qué pasaba.

- O si quieres aprender algo, en tus manos está internet. La educación es gratis. No está en español, pero hay cursos que te enseñan inglés, árabe, francés, lo que quieras. ¿Qué quieres ser? ¿Médico, policía, piloto, soldado? No, no seas soldado.

F le mostró a Ketchup cómo usar todo. Cómo buscar en internet. Cómo usar apps. Cómo obtener información.

- Puedes crear una identidad. Un email, un perfil social, una cuenta de pulso que... es un poco avanzado aún. No eres "mio", Ketchup. Puedes sinceramente hacer lo que quieras. ¿Quieres irte? Vete. Aquí usas los mapas. Aquí pides taxis de tierra. Aquí taxicópteros. Aquí ves los trenes. Aquí los aviones. No podrás viajar fuera del Turf sin pasaporte, pero el Turf es inmenso. África, Medio Oriente, tú eliges.

F dejó de hablar y vio a Ketchup replicar lo que le enseñaba. Abrir las mismas apps, ver los mismos servicios. Interiorizar y entender que el mundo estaba disponible para él. El niño tenía la boca abierta mientras descubría la web. F esperó un rato y volvió a preguntar.

- Si trabajas conmigo, podrás estudiar para ser lo que quieras. Aunque si te quieres ir, también.

Ketchup volvió a la app de Bitcoin y miró el número uno.

- ¿Qué quieres ser, Ketchup? ¿Qué quieres hacer?

- ¿Qué es usted, señor F?

Una pregunta que F no había escuchado en años.

- Estudié ciencias de la computación, pero ahora soy emprendedor.

- No hay carrera de emprendedor en estas universidades que me muestra.

- Oh no, es de esas cosas que no se aprenden estudiando. Y te limitan un poco la libertad.

Ketchup miró a la puerta.

- ¿Me puedo ir cuando quiera?

- Sí, aunque apreciería que te quedaras.

- Con este movil me podrá buscar.

- Quizás en el viejo internet. En nuestra época te conectas a miles de antenas, rebotas la señal en globos, repetidoras, drones, boyas, otros móviles. No es fácil rastrearte con un móvil.

- ¿Por qué quiere que me quede?

- Ketchup, necesito en serio un asistente. Además me encanta la historia de Nogales como ciudad. Sé que es un tema doloroso para ti, pero quisiera escucharte.

- ¿Y si no quiero?

- No te compré, puedes irte. El móvil es un regalo. Aunque si te quedas, tendrás empleo y más dinero a cambio de tu trabajo. Además de un hogar.

- ¿Y afuera puedo hacer lo que quiera?

- Sí. Pero el dinero trae responsabilidad. Bitcoin sí es rastreable, en especial para la gente a quién le debes. Renta, servicios. Cuida que no se te acabe y busca cómo generar valor, para tener más dinero. Como trabajando para mi.

- La puerta tiene clave.

- Es 2501.

Ketchup cerró los ojos duro. Guardó el móvil en su pantalón y notó que toda su ropa era nueva. Se puso de pie, encontró zapatos y caminó a la puerta. Oprimió la clave y salió del apartamento sin volver a mirar atrás.

F confió que Abu Dhabi le daría una mano con Ketchup, dio un salto de fé y lo dejó ir. Caminó de regreso al sofá y se sentó con dolor de espalda. Estaba viejo y engordando. Debería comer mejor y caminar más. Un mensaje apareció en su móvil, un pulso privado de Pascal.

"@pascal.sutter: No puedo creer que @F quiera hablarme. ¿Qué sigue? ¿Texas volverá a Estados Unidos? Llámame en este enlace."

Andrés lo interrumpió antes que pudiera responder el mensaje.

- Te apuesto un bitcoin a que Ketchup no vuelve.

- No tienes tanto dinero.

- Claro que sí, F. Me pagas bien.

- ¿Pornactive te paga?

- Una de tus asistentes virtuales lo hace.

- ¿En serio? Yo no tengo sueldo, Andrés. Esto de subcontratar finanzas me va a matar.

- ¿Qué no tienes subcontratado? ¿Y qué importa que no tengas sueldo? Le cargas todo a la empresa igual.

- OK, apuesta aceptada - declaró F -. Un bitcoin a que sí vuelve.

F le mostró a Andrés el mensaje de Pascal

- Háblale. Tú conoces ese show mejor que nadie.

La confianza de Andrés lo animaba un poco. Sólo un poco. Abrió una videollamada y un hombre francés de sesenta años apareció en su pared. Piel blanca y con ligeras pecas. Una expresión de seguridad, con la sonrisa de ganador que F odiaba. Rostro añejo, pero joven. Pelo más blanco que gris. En buen estado físico. Perfecto traje a la medida. Una oficina minimalista con vista al Río Sena.

- ¡Monsieur F! - dijo Pascal - ¿Llamas a devolverme mi avión?

(Sigue en el capítulo 8: Caída Libre.)