(Capítulo anterior: 11: Antibunker)
Importante: Si llegas acá por primera vez, empieza por el capítulo 1. ¡No te spoilees!
Un inmenso y frío desierto se extendía hasta donde era posible ver. Del cielo, sostenido por dos paracaídas, caía con velocidad una oscura capsula de metal. Segundos antes de tocar tierra, la capsula disparó cohetes contra la arena para frenar su caída.
La escotilla de la capsula se despresurizó y F dio una patada fuerte para abrirla. Uno de sus oidos sangraba, no podía respirar bien, veía borroso y el mundo no paraba de dar vueltas. Sintió de inmediato el aire seco, el frio en el ambiente y la arena en todas partes.
Se alejó de la capsula y cayó de rodillas. Hundió sus manos en la arena, apretó sus puños y gritó. Gritó y lloró. Lloró y escupió y gritó más.
Era de noche y una luna cresciente apenas daba luz a los pequeños parches de vegetación. F rodó en el suelo y con ojos llenos de lágrimas vio al cielo. Decenas de estrellas fugaces adornaban la oscuridad. Escombros de una batalla espacial.
Una de ellas era Andrés. F estaba seguro. Para siempre flotando donde siempre quiso estar.
Intentó limpiar las lágrimas de sus ojos, pero sólo logró llenarlos de arena. El dolor lo hizo maldecir y tranquilizarse. F no era una persona de arrepentimientos y ahora sólo podía hacer lo mejor con lo que tenía. Que no era mucho.
Su reflexión fue interrumpida por el grito agudo de Ketchup, que corrió fuera de la capsula desesperado.
- ¡DONDE ESTOY! - le gritó a F una vez lo vio.
Ketchup miraba desorientado a todos lados. Empezó a tocarse el cuerpo y buscar heridas en sus brazos. Sintió su cabeza, su pecho, su rostro. Encontró en un bolsillo el móvil que F le regaló. El móvil que debía rescatarlo según aquel extraño que conoció en Abu Dhabi. Apagado y muerto.
- ¿¡DONDE ESTOY!?
F intentó hablar pero no encontró voz. Tosió, respiró, pasó saliva y se puso de pie. Recordando qué pasó, uniendo la historia, encontrando respuestas en su mente.
- No lo sé, Ketchup. ¿Qué recuerdas? ¿Recuerdas Dubai?
- RECUERDO TODO, RECUERDO LA MÁQUINA, LAS DROGAS. RECUERDO NOGALES EN SONORA. MI PADRE ¿QUÉ ME HIZO?
- ¿Recuerdas el ataque en Dubai? ¿Los soldados?
Ketchup se sorprendió al no recordar nada más. Tenía claras las memorias de ser muy niño, antes del Holocausto. Sus padres, los inmigrantes en sus camiones blancos. Su madre sonriendo. ¿Qué pasó después?
- Intentaron matarnos en Dubai - explicó F -. Gente de la US NAVY. Alguien de Interpol nos quiso atrapar antes. Juliane. Pero Andrés fue más hábil y nos sacó de allá.
- ¡Me mintió! ¡Todos mienten! No quería darme un empleo, quería usarme.
- Es verdad Ketchup - respondió tranquilo F, mientras buscaba el kit de supervivencia en la capsula -. Te mentí.
- ¡No me llamo Ketchup!
F miró por un instante a los ojos de furia del niño. Él no sabía que acababa de pasar. No le importaba Interpol, US NAVY, nada.
- ¿Te hice daño, Ketchup? ¿Te herí?
No. No abusaron de él como antes. No lo obligaron a mucho más que a recordar en la silla de Dubai. Pero las drogas, el engaño...
- Usted me dijo que yo era libre. Y luego...
- Andrés está muerto, Ketchup.
Eso silenció al niño.
- No sé cómo, pero la Marina de Estados Unidos descubrió mi laboratorio en Dubai. Perdí al doctor Phil. Perdí a mis mejores guardaespaldas. Perdí mi avión y perdí a mi hermano.
¿La Marina de...? Oh. Oh. El frio recorrió el cuerpo de Ketchup. Todo fué su culpa.
F revisó el inventario de la capsula. Una tienda de campaña, agua, barras de proteína, una pístola, doce balas, C4, linterna, un GPS, brújula, cuchillo, ropa de supervivencia para tres personas, un teléfono satélital, bengalas y otras cosas inútiles.
Además de una caja muy importante de color naranja brillante. La caja negra del Scramjet.
El teléfono y GPS no servían de nada sin satélites en el espacio. Pero ni su propio móvil encontraba señal. Era increíble estar en un lugar donde ninguna antena repetidora o si quiera la ionósfera le dieran acceso al Internet P2P moderno. En verdad estaba en medio de la nada.
Al levantar la mirada, vio a Ketchup llorar en silencio, con la mirada perdida.
- La Marina cree que yo causé el Holocausto. Eso creo. Y China, no sé cómo nos encontraron en órbita.
Ketchup se mordió un labio y vio a F sin hablar.
- Pero gracias a ti tengo pruebas reales para hacerlos pagar. Ahora la única prioridad es sobrevivir. Tú y yo. Ayúdame.
Ketchup no dijo nada, pero ayudó a F a preparar la tienda de campaña para la noche. F asumió que buscarían la capsula para matarlo. La destruyó con C4 y caminó al sur tan rápido como pudo.
Paso el primer día y su noche. Durmieron en turnos de cuatro horas y continuaron.
Igual la segunda noche. Y la tercera, y la cuarta, y la quinta.
Tedio, reflexión, aburrimiento, planeación, arena, oscuridad.
El sexto día, en el horizonte, vieron al fin una prueba de civilización.
- ¡Una granja de viento! - gritó F al verla a lo lejos.
Ketchup nunca había visto algo así. Torres blancas inmensas con aspas que se movián al ritmo del viento. Conocía la energía eólica, pero era tecnología tan vieja que no creyó verla fuera de la escuela. Aquí habían cientos. Pero más impacto le generó el rostro de F, que sonreía con determinación por primera vez desde la caída.
- Si hay tecnología, hay personas. Si hay personas, hay señal.
F intentó encender su móvil, con pocas horas de batería restante. Pero se decepcionó al notar que incluso ahí, no tenía conexión.
- Muestrame el tuyo, Ketchup.
Ketchup no quería que F tocara su móvil y descubriera su secreto. Fingió revisarlo y negó con la cabeza. F le creyó y no insistió.
- Busquemos el centro de control.
Sólo encontraron cajas metálicas y transformadores. A ellos se conectaban una múltitud de cables. Todo automatizado. Cero humanos alrededor. F esperaba una cabaña con viligantes, lo que fuera. Maldijo, se sentó en el suelo, pensó y se puso de pie con fuerza.
- No hay nadie - dijo mirando al suelo -, pero aquí hay cosas que le importan a otras personas. Podemos hacer que vengan a nosotros, ¿Sabes cómo?
Ketchup seguía en silencio, como los últimos días. Dio un paso atrás al ver que F desenfundó la pistola y disparó tres veces a varios cables de poder y a un transformador. Las máquinas lanzaron chispas, vibraron y dejaron de moverse.
- Alguien tiene que venir a arreglar esto. Esa es nuestra oportunidad.
Pasó el día y la noche y nadie apareció.
Ambos se turnaban en vigilar. La comida empezaba a desaparecer y F calculaba que tenían un día más de agua fresca. En la tercera noche, alargó los turnos de vigilancia para dormir más.
En el día nueve desde su aterrizaje, Ketchup despertó a F con insistentes golpes.
- ¿!Qué!?
Ketchup le mostró con los binoculares un vehículo levantando polvo, a escasos minutos de llegar. Dos personas dentro con uniforme militar. Con tanto tiempo libre, F tenía muy claro su plan. Tomó a Ketchup del hombro y lo obligó a verlo a los ojos.
- Voy a esconderme. Tu pide ayuda. Que te vean sólo a ti. Yo no existo. Debes llamar su atención incondicional ¿Lo entiendes?
Ketchup asintió.
- No, dilo. ¿Entiendes el plan?
- Sí - respondió muy suavemente.
F lo soltó y corrió a la oscuridad. No estaba seguro si ayudarían a Ketchup o le darían un disparo en la cabeza. Tenía que apostar.
Una camioneta vieja y silenciosa se acercó a Ketchup, iluminandolo con fuertes luces blancas. El motor era silencioso. Un auto eléctrico piloteado por una persona. Muy retro. Dos gordos hombres bajaron del vehículo. Ambos con pistolas en la cintura, chalecos antibalas antiguos y uniforme color oliva.
Ketchup empezó a gritar en español y agitar sus brazos a ellos.
- ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayúdenme!
Ambos hombres se miraron y negaron con la cabeza. Empezaron a hablarle en un idioma extraño.
- Таны нэр юу вэ?
Luego en otro idioma diferente.
- 你了解我吗?
Uno de ellos se arrodilló frente a Ketchup para verlo al mismo nivel. Un hombre viejo, de unos cincuenta años, con un bigote poco poblado y terrible aliento. Le sonrió al niño y le dijo, una vez más en un chino que Ketchup no entendía.
- ¿Estás b...
Y un ruido metálico y seco fue seguido por una lluvia de sangre en el rostro de Ketchup. Él abrió sus púpilas al máximo y vio un agujero en el cráneo del hombre que hace un segundo le hablaba.
El otro hombre saltó al suelo en la dirección contraria y gritó. Frente a las luces de su camioneta vio la sombra de un hombre acercarse con velocidad. Intentó desenfundar su pistola, pero el hombre fue más rápido y apuntó un arma a centimetros de su boca. Aún soltando humo del previo disparo.
- Quieto - le ordenó F en una voz clara, fuerte y carente de emoción, en muy buen mandarín -. Pon las manos detrás de la cabeza, entrelaza los dedos y arrodillate.
El hombre vio a su compañero muerto al lado del niño. Dejó salir un debil llanto. Todo su cuerpo temblabla. Decidió obedecer y esperar.
- ¿Donde estamos? - le preguntó F.
- ¿Qué?
- ¿Qué país y región es ésta? ¿Cómo se llama ésta granja eólica?
F juzgó al hombre. Se veía viejo, gordo, de pelo blanco, piel morena y claras facciones asiáticas. Le golpeó los dientes con la punta del arma para obligarlo a reaccionar.
- ¡Es el parque aerogenerador de Gobi, en el desierto de Gobi!
- ¿Gobi? ¿Mongolia? ¿Estoy en Mongolia?
- Sí.
- ¿En un desierto de Mongolia en la jodida Federación China?
- S... sí.
F soltó una risa irónica. No lo podía creer. De todos los lugares del planeta donde podía caer. El hombre empezó a llorar y suplicar a F.
- No me mate señor, soy un guardia de seguridad. Mi compañero es mecánico. Nos pidieron venir por un daño técnico. No tengo dinero pero llevese todo. Tengo dos hijas. Mi compañero uno. Oh por dios, llevese la camioneta, no sé, no tenemos nada.
F no le creía.
- ¿Por qué el chaleco antibalas? ¿Por qué la pistola? Vi un rifle dentro de la camioneta, que parece blindada. ¿Ese es el equipo de un simple guardia?
- Hay terroristas señor, China siempre los ha tenido. Uno nunca sabe si...
El guardia dejó de hablar al entender que quizás estaba hablando con un terrorista.
- ¿Donde está la ciudad mas cercana?
- Sesenta kilómetros hacia allá - respondió -. A diez kilómetros está la carretera, de ahí es sólo ir al sur.
F le acercó la pistola a la frente y dijo.
- Gracias.
Y antes de apretar, escuchó un estallido fuerte donde estaba el otro cadaver. F saltó hacia atrás, cayó de espaldas y apuntó su arma en esa dirección. Encontró a Ketchup con la pistola del hombre muerto en sus manos, recién disparada al cielo.
- ¡NO! - gritó Ketchup apuntando a F.
F miró confundido y concentrado al niño. ¿Qué está pasando aquí?
- No necesitas matarlo, no le dispares, no le dispares a nadie más.
F se puso de pie sin dejar de apuntar a Ketchup, manteniendo al otro hombre en su visión periférica.
- Ketchup ¿Qué estás haciendo? - preguntó lentamente -. Estos son soldados que nos pueden hacer daño. Son chinos, los mismos chinos que causaron el Holocausto.
¿Ketchup sabía manejar armas? ¿Cargar un cartucho? ¿Quitar el seguro? F sin duda escuchó el disparo. Mejor asumir que podía. Una parte de él sintió respeto por el muchacho. Hasta que escuchó lo siguiente.
- ¡Fui yo! - gritó al fin Ketchup -. Por mi culpa está muerto Andrés.
- No fué tu culpa, me buscan a mi, no a ti.
- ¡Yo alerté a la Marina de Estados Unidos!
¿Qué?
Ketchup lloraba abiertamente, con rostro de ira y frustración. Ambas manos sostenían el arma que apuntaba a F.
- Yo no sabía. Yo no sabía. Usted me sacó de Miraflores, del Continente Bolivariano. Yo no sabía a donde me llevaría. Una persona se acercó a mi en Abu Dhabi, en ese centro comercial gigante. Hablaba igual que la gente de mi ciudad. Dijo que me ayudaría.
¿Acento mexicano? Maldita sea. F empezó a entenderlo todo.
- Prometió cuidarme de lejos. Que nunca estaría solo o en peligro. Que si algo me pasaba, le gritara a mi móvil.
¿¡Al movil!? ¿El movil que F le regaló a Ketchup? No puede ser.
- Usted lo iba a saber igual en algún momento - dijo Ketchup con voz triste, sin dejar de apuntar -. No quiero que me mate. No quiero que mate a nadie más. Yo no quería, yo no sabía que iban a matar a Andrés.
En el instante de confusión, el guardia que seguía con vida llevó una mano a su pistola. F reaccionó más rápido y le disparó en el pecho. El proyéctil impactó el chaleco antibalas, pero el golpe fue fuerte y el hombre se retorció de dolor. F disparó de nuevo, dandole en la garganta. Corrió ahora al niño, que no supo reaccionar. Tomó su muñeca derecha con una mano y puso la pistola en su corazón.
Ketchup soltó el arma y se quedó de piedra, sin mover un músculo, mirando fijamente a los ojos de su salvador y futuro asesino.
- Explicame en detalle qué te dijo ese hombre y qué hizo con tu móvil.
El guardia mongól no había muerto aún. Se le podía escuchar respirar con dificultad mientras la sangre brotaba de su cuello. Ketchup se concentró en responder.
- Lo conectó a otro móvil, me lo devolvió y dijo que sólo tenía que prenderlo y pedir ayuda. Ellos estarían ahí.
Todo era claro. Después de fallar con el francotirador, la táctica cambió a buscar su momento más debil.
Por confiar en Pascal, la Interpol lo encontró. Y por dejar ir a Ketchup al mundo exterior, lo encontró la marina. Por confiado, por soberbio, su hermano estaba muerto.
- ¿Ahora sabes que ese hombre era un soldado de la Marina, verdad? Los mismos que intentaron matarme en Abu Dhabi. Me ayudaste a capturarlo en el helicóptero. ¿Lo recuerdas?
Ketchup asintió. F dio un paso atrás y dejó de apuntar al niño.
- No es tu culpa, es mia. He sido muy confiado. Siempre sentí que mi plan era de acero. Invencible. Tenemos muchos enémigos, tú y yo. Ahora saben que estás conmigo y querrán borrarte también.
F pateó lejos el arma que usó Ketchup, guardó la suya y puso una mano sobre su hombro. El guardia seguía tratando de sobrevivir, haciendo un sonido terrible al respirar entre las burbujas de sangre que invadían su garganta.
- No es tú culpa, pero ahora estás en esto conmigo. Podemos evitar que le pase a otros. Buscar justicia. Juntos. Si te vas, sólo te atraparán o peor.
- Entonces salve a ese señor - respondió Ketchup, apuntando al hombre muriendo a lo lejos.
- Es un chino, Ketchup. Es un chino como los que mataron a tus padres y a mi familia entera.
Ketchup negó.
- Es una persona.
¿Cómo puede entender Ketchup?
¿O era F el que estaba mal? Al intentar pensar en ayudar a ese hombre, imaginaba los últimos momentos de Andrés. Las naves chinas haciendo su mejor esfuerzo por derribarlos.
¿Qué habrán pensado todas las personas que planearon el Holocausto? ¿Cómo desconectaron su mente de tanta muerte? ¿Odiaban tanto a su país? ¿Se sentirán como se siente ahora F?
Cuatro muertes en su conciencia. Un soldado americano que resguardaba el Scramjet el día del 2020. El francotirador varios años después. El doctor Phil hace días. El mecánico mongól hace unos minutos.
¿Le dolían? ¿Lo atormentaban? ¿Pensaba en ellos si quiera? F no sentía nada. Quizás por Andrés, quizás por los años de experimentar con drogas mentales mientras construían las sillas de Pornactive.
- ¡No lo deje morir! - gritó Ketchup.
F corrió al hombre y revisó su estado. Sangrando lentamente de una herida que atravesó de lado a lado su garganta. Aún vivo. Aún respirando, lentamente, con un asqueroso y debil silbido.
F buscó polvo coagulante, alcohol y espuma sellante de heridas. Limpió la herida y aplicó los químicos. La espuma empezó a secarse y sellar la salida de sangre. El guardia mongól veía a F con lagrimas en los ojos, confundido, sin poder hablar. Y de repente, sin poder respirar.
Ketchup vio el instante en que el guardia dejó de vivir. Las lagrimas dejaron de brotar. Sus labios dejaron de moverse. Sus manos se relajaron. Su mirada se mantuvo fija en el cielo. En ese momento, F sintió todas las muertes de las que era responsable.
Cerró los parpados de ambos guardias. Personas que seguro ni siquiera nacieron en China. Mongoles que aceptaron el destino de su país cuando, después del Holocausto, fueron anexados por la Federación China. Con familias, con vidas, con sueldos, con sueños para sus hijos. Desarmó la tienda de campaña y tapó ambos cadaveres con la tela. Recogió todas sus cosas y las metió en la camioneta. Al final, se acercó a Ketchup, que sentado en el suelo miraba atento los cadaveres.
- Lo intenté.
Ketchup volteó a mirarlo y se puso de pie, limpiando la arena que invadía su cuerpo entero.
- ¿Cuál es el plan?
A F le sorprendió la pregunta, pero entendió que no había más qué hablar. Tenía un aliado.
- Beijing. Estamos en China, encarguemonos de ellos primero. Tengo algo en la caja negra del Scramjet que puedo usar en su contra.
Ketchup sacó su móvil, lo tiró al suelo y buscó una roca para romperlo. F gritó y lo detuvo.
- No. Esa es nuestra pista. Con el software que nos espían podemos llegar a ellos. Mantenlo apagado por ahora y dame tiempo. Por primera vez tenemos la ventaja. Nos creen muertos. Usemos eso.
Ketchup levantó el móvil y se lo ofreció a F. Él le dio al niño una de las barras de proteína. Ambos se montaron a la camioneta y en silencio condujeron al sur, a la civilización. A tomar venganza y hacer justicia por quienes ya no estaban.
(Sigue el capítulo 13: Beijing)